"Todas las sangres en debate"
La obra de José María Arguedas (1911-1969) motiva siempre interminables
controversias y ello es secuela de su indiscutible vigencia. Dorian Espezúa
Salmón, Catedrático de la UNMSM, de la UNFV y de la Universidad Antonio Ruiz de
Montoya, ofrece un iluminador análisis acerca de la llamada mesa redonda ¿He vivido en vano? que se desarrolló en el Instituto de Estudios
Peruanos en 1965 y que tuvo como centro de discusión la novela Todas las sangres. El libro se titula
Todas las sangres en debate. Científicos sociales versus críticos literarios
(Lima: Magreb, 2011, 356 pp.). En dicho coloquio participaron Alberto Escobar,
Henry Favre, José Matos Mar, Aníbal Quijano, Sebastián Salazar Bondy, Jorge
Bravo Bresani, José Miguel Oviedo y José María Arguedas.
Espezúa manifiesta un profundo conocimiento de la teoría literaria, sobre
todo en lo que concierne a la teoría de la ficcionalidad. El problema que
subyace a la mesa redonda de 1965 es el grado de ficcionalidad de Todas las sangres: “Desde mi punto de
vista es ingenuo sostener que el lenguaje (re)presenta la realidad o la
transparenta realmente, como es ingenuo sostener que nada de la realidad está
en el lenguaje que es, básicamente, antropomórfico” (p. 12). En otras palabras,
algunos autores sostienen que el discurso literario es casi un reflejo de la
viva realidad; otros, por el contrario, consideran, de una u otra forma, que el
lenguaje es autotélico, es decir, remite solo a sí mismo. Espezúa, en cambio,
se sitúa lúcidamente en una posición intermedia: considera que el lenguaje
tiene su propia dinámica, pero representa la realidad de manera creativa. En el
debate de 1965, entonces, hay dos posiciones. La primera es la asumida por los
científicos sociales, quienes “reclaman una correspondencia isomórfica o
precisa entre el mundo real y la novela” (p. 56). La segunda --defendida por
Arguedas y Escobar-- plantea que Todas las sangres representa, de modo
metafórico, al mundo andino.
Esta problemática lleva a Espezúa a discutir teóricamente categorías
complejas como el “realismo”, la “verosimilitud”, entre otras. Basándose en
Thomas Pavel, afirma que “(e)l realismo es interesante como teoría del ‘efecto
de realidad’, es decir, como un proceso en el cual el lector ‘reconoce’ su
propia realidad a través y a partir del texto” (p. 69). Sobre la base de
Harshaw, Espezúa subraya que la ficción es un problema de reorganización, no de
invención; vale decir, el escritor reordena el material lingüístico y emplea
técnicas literarias que producen un efecto de realidad.
Espezúa emplea la hermenéutica, la pragmática y la lingüística cognitiva
para aproximarse al desarrollo argumentativo del debate de 1965 sobre Todas las sangres. A partir de Georg
Gadamer, remarca que el diálogo es “una actividad humana no necesariamente
propia de intelectuales que no consiste simplemente en compartir información o
intercambiar palabras a través de un medio de comunicación, sino en mantener abierto un espacio común de pertenencia,
participación, encuentro, convivencia, reconocimiento, crecimiento y
transformación a partir de una racionalidad no dogmática que, sin embargo,
apunta a un consenso” (p. 176). Veamos cómo actúa cada personaje en el
mencionado debate. Alberto Escobar establece las reglas de juego y los marcos
de referencia sobre los cuales se desarrollará este último. José Miguel Oviedo
habla de la novela desde una perspectiva sociológica. Salazar Bondy confunde al
autor real con el narrador de la novela. José María Arguedas confiesa no ser un
erudito y “otorga mayor importancia a su experiencia vital” (p. 225). Henri Favre
da un giro sociológico de 180 grados al debate y se pregunta si la novela
refleja realmente la sociedad que a Arguedas le sirve de referente y llega a
contestar negativa: la novela no refleja fielmente la realidad del mundo
andino; en otras palabras, Favre cae en la falacia referencial y menosprecia el
trabajo estilístico del escritor. Jorge Bravo Bresani no se reconoce ni como
sociólogo ni como crítico literario, se reconoce como economista; afirma que la
novela de Arguedas lo ha cautivado y que lo indio “no es lo incaico ni lo
precolombino, sino más bien el fruto de la mezcla, asimilación e introducción
de valores culturales españoles” (p.
243). José Matos Mar afirma que es fundamental distinguir lo estilístico
de lo sociológico. Aníbal Quijano coincide con Favre en el sentido de que
Arguedas no maneja coherentemente los diversos tiempos históricos, en los cuales
se desarrolla la trama novelística.
En la última parte de su libro, Espezúa refuta las observaciones,
mayormente sociologistas, que realizaron los expositores y defiende la opción
estilística de Arguedas, pero sin caer en el formalismo intransigente ni en
algunas posturas posmodernas que reducen el mundo al lenguaje. Todas
las sangres en debate… es un notable
libro de crítica y anuncia a un investigador de valía. Se trata de un ensayo
erudito, didáctico y esclarecedor. Por eso, espero que Dorian Espezúa siga en
esta senda: estaré atento a sus nuevas publicaciones.
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