Los estilos de pensamiento en "Los ríos profundos" de José María Arguedas



Este año se cumple el centenario del nacimiento de José María Arguedas (1911-1969). Intelectual polifacético: concibió poesía en quechua, escribió novelas polifónicas y realizó investigaciones antropológicas de notable factura. Fue, sobre todo, un hombre profundamente arraigado en la sociedad de su tiempo y vivió el drama de pertenecer a dos culturas opuestas, pero, acaso, complementarias: la andina y la occidental. Quiso vivir “feliz todas las patrias” y dar cabida a las manifestaciones del imaginario popular sin caer en la tentación regionalista ni en perspectivas impregnadas de paternalismo. Los estudios arguedianos han avanzado muchísimo. Antonio Cornejo Polar (1973, 1977, 1995), Ángel Rama (1982), Martín Lienhard (1990) y William Rowe (1979, 1996), entre otros, han dado aportes significativos al estudio de la obra de Arguedas. Se ha descubierto el valor artístico y cultural de poemas como “Katatay”, donde asoma una visión andina del mundo. Se ha estudiado el trabajo pionero de índole comparativo que realizó Arguedas al confrontar las comunidades tradicionales españolas con las indígenas descubriendo semejanzas pero también diferencias. La obra del escritor andahualyno pareciera ser un manantial interminable: cada vez, resulta un acicate para el nacimiento de nuevas exégesis y análisis de la más diversa estirpe. En tal sentido, su polisemia y riqueza culturales son ciertamente inagotables.
Sin embargo, se han publicado libros endebles sobre el pensamiento de Arguedas, entre los cuales cabe mencionar La utopía arcaica de Mario Vargas Llosa (1996), quien piensa que “el mito no es expresión del conocimiento racional. Es irracional (…) Para Vargas Llosa, la racionalidad es sinónimo de actitud científica y su aparición marca el principio de la cultura moderna” (Fernández 2000: 108-109). Este punto de vista ha sido ya superado por las ciencias humanas. Claude Lévi-Strauss (1984), en el ámbito del estructuralismo de lengua francesa, ha demostrado que el mito posee una racionalidad porque revela el trabajo el bricolaje, el trabajo artesanal con acontecimientos para crear conjuntos estructurados, de manera que el mal llamado “primitivo” también formula hipótesis en el campo de una “ciencia de lo concreto” (Lévi-Strauss 1984). La lingüística cognitiva ha confirmado con innúmeros ejemplos que la racionalidad es profundamente imaginativa (Lakoff y Johnson, 1999) y que, por lo tanto, es artificioso separar el pensar del imaginar porque el pensamiento es, en gran parte, metafórico (Lakoff y Johnson 1995).
Sobre la base de un profundo cuestionamiento de la óptica de Vargas Llosa y premunido de una perspectiva cognitiva, quisiera plantear una lectura distinta de Los ríos profundos (1958), una de las más importantes novelas de José María Arguedas. Para ello, resulta esencial plantear que la Retórica General Textual (Albaladejo, 1991; Arduini, 2000; Bottiroli, 1993) ha renovado, de manera fecunda, el análisis del discurso literario planteando la necesidad de una retórica “expandida” que implique la interrelación entre la elocutio, la dispositio y la inventio; además, intenta recobrar la dimensión totalizante de la retórica aristotélica que se perdió paulatinamente a partir de la Edad Media, donde comenzó a predominar la retórica restringida que reducía todo análisis a una mera descripción, ciertamente minuciosa, de las figuras literarias de un poema o cuento.
Para comprender plenamente la complejidad de visiones del mundo en Los ríos profundos, es importante remarcar que una obra literaria no evidencia un solo estilo, sino varios estilos que luchan entre sí. No se trata de homogeneizar sino de percibir la enriquecedora heterogeneidad. Giovanni Bottiroli (2008) ha planteado que es importante comprender que los conflictos son fecundos y las pacificaciones, estériles. Es decir, sumirnos en la ausencia de contradicciones puede ser el paso a la inercia y al atraso; los conflictos bien encauzados hacen que surja la luz al final del túnel. El investigador italiano considera que el estilo se relaciona fuertemente con la ideología y, por ello, habla de estilos de pensamiento. El primero es el disyuntivo o separativo, basado –según Bottiroli-- en los usos institucionales de la lengua; en este caso, se trata de superar la ambigüedad entre significante y significado, o entre signo y referente: “separativo” alude a un mundo ya categorizado y segmentado, que es nombrado sin interferencias ni equívocos (Bottiroli 2008). El segundo es el conjuntivo que busca el tratamiento de la ambigüedad desde el punto de vista de los regímenes de sentido (Bottiroli 1993) y puede ser de dos tipos: el distintivo, el cual revela el funcionamiento de una inteligencia estratégica de raigambre a veces dialéctica y que trasunta la idea de introducir un principio de articulación para interrumpir el interminable flujo de la semejanza; y el confusivo (neologismo que no entraña ningún sentido peyorativo), que pone de relieve la inestabilidad de los significantes respecto de los significados y tiende a lo cíclico (Bottiroli 1997).
José de la Riva Agüero, en Carácter de la literatura del Perú independiente (1905), propugnaba la homogeneidad étnica y decía que nuestra literatura era una provincia de la española, como lo es la de Murcia o la de Aragón. Allí se manifiesta, sobre todo, un estilo separativo porque se intenta superar la discusión sobre la naturaleza de la literatura peruana incluyéndola rígidamente en el ámbito de la producción literaria peninsular. En el ámbito de la poesía, se halla Rubén Dario, quien manifiesta un estilo separativo al distanciar la poesía como género en relación con el mundo cotidiano y el universo de la oralidad. En el campo de la narrativa, Ventura García Calderón se sitúa en esta cantera al justificar la violencia contra el indígena en “Amor indígena” y considerar que la verdadera civilización es la occidental frente a la cultura andina, adscrita a la inmóvil y estática naturaleza.
José Carlos Mariátegui, en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928), evidencia fundamentalmente un estilo distintivo, pues busca el tratamiento estratégico de la oposición entre lo andino y lo occidental a través del estudio de la producción indigenista y del aporte de poetas como César Vallejo, cuyo libro Los heraldos negros “es –según el Amauta— el orto de una nueva poesía en el Perú” (Mariátegui 1992: 308). El propio Vallejo es un ejemplo de estilo distintivo porque, en “Idilio muerto” opone Bizancio (asociado con la urbe moderna) a la “andina dulce Rita”. En narrativa, está el Inca Garcilaso de la Vega, otro ejemplo del estilo distintivo, quien busca el tratamiento de la contradicción entre el mundo de su madre (vale decir, el indígena) y el de su progenitor: el capitán español Sebastián Garcilaso de la Vega. Quizá en la búsqueda de esa síntesis radica el drama del Inca Garcilaso.
Friedrich Nietzsche que emplea abundantes metáforas en sus textos manifiesta el estilo confusivo porque no se sabe, a ciencia cierta, si hace filosofía o poesía, y así quiebra la estructura del canónico tratado filosófico occidental, representado por textos como El discurso del método de René Descartes o Ensayo sobre el entendimiento humano de John Locke. Por su parte, el poeta surrealista César Moro, en La tortuga ecuestre (1938-1939), revela también el predominio de un estilo confusivo porque practica una enumeración caótica casi interminable de metáforas y de metonimias propugnando que la analogía se repite sin cesar y que cobra primacía la inestabilidad de los significantes respecto de los significados. En el ámbito de la novela, tenemos la escena final de Todas las sangres, donde a Rendón Wilka lo van a matar, pero se mueve el piso, parece que habrá un terremoto terrible y los soldados sienten miedo. Allí se observa cómo el estilo confusivo cuestiona profundamente el canon hegemónico, representados por los grupos de poder.
El estilo separativo es rígido; el distintivo es flexible y tiende más a lo dialéctico; por su parte, el confusivo implica, en su acepción estricta, la disolución del sujeto porque allí triunfa el caos frente a la noción de orden. No obstante, es clave relativizar un tanto los conceptos. Un personaje que manifiesta el estilo distintivo, puede tener algunos rasgos del confusivo. En una obra literaria, por lo tanto, no hay un solo parámetro estilístico sino una lucha permanente entre estilos de pensamiento. Es interesante examinar cómo en Los ríos profundos se percibe dicha confrontación y así intentaré superar tanto el formalismo intransigente (que permanece atado a una mera descripción de los rasgos estructurales de un texto) como el contenidismo que reduce la riqueza semántica de la creación artística a una exégesis absolutamente mecánica de la ideología al margen de la retórica del discurso.
A)Los personajes de Los ríos profundos y los estilos de pensamiento
El Padre Director es el típico personaje en el cual predomina el estilo separativo o disyuntivo en su estrato más alto e intenso: ejerce el poder con intolerancia y busca homogeneizar la cultura de todos los internos tratando de imponer la religión católica al servicio del feudalismo tradicional: “Elogiaba (el Padre Director) a los hacendados; decía que ellos eran el fundamento de la patria, los pilares que sostenían su riqueza” (Arguedas 1978: 47). Ello responde a un orden jerárquico previamente establecido: los señores feudales tienen el poder y, para el Padre Director, este hecho no puede estar en duda. Hace misa para estos últimos y se convierte en la personificación de la disciplina impuesta por medios punitivos en el internado: “El Padre Director me llevó a la capilla del Colegio. Delante del pequeño altar adornado con flores artificiales, me azotó” (Arguedas 1978: 116). Sin embargo, como siempre hay pluralidad estilística, se percibe el funcionamiento del régimen confusivo en su estrato más bajo: “Algunas mañanas la encontraron (a la opa Marcelina) saliendo de la alcoba del Padre que la trajo al Colegio” (Arguedas 1978: 56). Un poema surrealista, cuando hace una crítica demoledora de la modernidad occidental, es manifestación del estilo confusivo, pero en su nivel más alto y creativo. En el caso del Padre Director, el cariz es absolutamente disímil, pues implica una desorganización absolutamente caótica de los instintos, sobre todo si castiga a los internos que tienen relaciones sexuales con la opa Marcelina, cuando él mismo manifiesta una contradicción en su manera de actuar al tener intimidad, en su alcoba, con esta última.
La opa Marcelina es un personaje demente, donde predomina el estilo confusivo, sobre todo en su estrato más bajo: “No era india: tenía los cabellos claros y su rostro era blanco, aunque estaba cubierto de inmundicia” (Arguedas 1978:56). Sus gestos desordenados, desprovistos de sensatez y de una racionalidad sistemática, hacen que constituya una tentación sexual (en un ámbito regido por la prohibición) para algunos internos como “Peluca”, abrumado por un hondo sentimiento de culpa en el internado de Abancay.
El padre de Ernesto (el narrador personaje) trata de articular la cultura inca con la occidental encarnada por los conquistadores. Por lo tanto, revela un régimen distintivo al manifestar una inteligencia estratégica que le permita explicar a su hijo la oposición entre lo andino y lo occidental. Le dice a su hijo Ernesto lo siguiente:
yo soy cristiano, y tendremos que oír misa, al amanecer, con el Viejo, en la catedral. Nos iremos en seguida. No veníamos al Cuzco; estamos de paso a Abancay. Seguiremos viaje. Éste es el palacio de Inca Roca. La Plaza de Armas está cerca. Vamos despacio. Iremos también a ver el templo de Acllahuasi. El Cuzco está igual. Siguen orinando aquí los borrachos y los transeúntes. Más tarde habrá aquí otras fetideces… Mejor es el recuerdo. Vamos. (Arguedas 1978: 12)
Aquí se observa una fragmentación del sujeto. Por un lado, el padre de Ernesto se reconoce como cristiano al subrayar a su hijo que debe asistir a la misa; pero a la vez señala visualmente el palacio de Inca Roca. Promete a Ernesto que ambos irán al templo de Acllahuasi; sin embargo, reconoce el papel de los transeúntes (la modernización urbana en suma) que deteriora la belleza imponente de Cuzco. La conclusión no deja de ser ilustrativa: “Mejor es el recuerdo”. El padre de Ernesto es cristiano practicante, mas a la vez habla de la memoria que reconstruya al Cuzco milenario (cuna de una cultura grandiosa) y donde la modernización urbana está causando estragos, sin duda, cuestionables.
B)Las piedras del palacio de Inca Roca y dos estilos de pensamiento
Uno de los fragmentos más cautivantes de Los ríos profundos es el que cuenta la visita de Ernesto y su padre al palacio de Inca Roca. El narrador personaje contrapone la construcción de tipo colonial a la muralla inca, desde la óptica de un régimen distintivo: “En la calle angosta, la pared española, blanqueada, no parecía servir sino para dar luz al muro” (Arguedas 1978:12). Se trata de la oposición entre lo occidental y lo andino que es reconocida por Ernesto: pareciera que ambos espacios culturales fueran complementarios. No obstante, aflora inmediatamente el estilo confusivo en uno de los estratos más altos porque establece un “caos creativo”:
--Papá --le dije--. Cada piedra habla. Esperemos un momento.
--No oiremos nada. No es que hablan. Estás confundido. Se trasladan a tu mente y desde allí te inquietan. (Arguedas 1978:12)
La posibilidad de la fecunda oralidad quiebra una tipo de racionalidad basada en el ejercicio de la escritura y, en tal sentido, se manifiesta una concepción de tiempo absolutamente disímil: Ernesto espera un momento y ello significa cumplir un rito frente a la divinidad hecha piedra, como si aguardara, con fe, la manifestación de la palabra sagrada. Súbitamente, el padre de Ernesto se aferra al estilo distintivo y a la racionalidad sustentada en la escritura (“No oiremos nada”), por eso, trata de “tranquilizar” a su hijo. Es sintomático que utilice la expresión “Estás confundido” porque le preocupa ese “caos creativo” que cuestiona el imaginario hegemónico, determinado por la escritura y la religión católica. La escena siguiente resulta muy sugestiva:
--Los incas están muertos.
--Pero no este muro. ¿Por qué no lo devora, si el dueño es avaro? Este muro puede caminar: podría elevarse a los cielos o avanzar hacia el fin del mundo y volver. ¿No temen quienes viven adentro?
--Hijo, la catedral está cerca. El Viejo nos ha trastornado. Vamos a rezar.
--Dondequiera que vaya, las piedras que mandó formar Inca Roca me acompañarán. Quisiera hacer aquí un juramento.
--¿Un juramento? Estás alterado, hijo. Vamos a la catedral. Aquí hay mucha oscuridad. (Arguedas 1978:12-13)
El padre, nuevamente, procura dar tranquilidad a su hijo aferrándose a ritos católicos. Ernesto está lleno de preguntas y revela una visión mesiánica: el fin del mundo implica un retornar, vale decir, el acto de regenerar el cosmos de modo incontenible. La expresión “Este muro puede caminar” implica el triunfo del estilo confusivo porque transgrede creativamente nuestra habitual forma de organizar el mundo. Las piedras acompañarán a Ernesto y este desea hacerle un juramento. Las relaciones entre aquellas y los seres humanos se establecen sobre la base de la reciprocidad. Se hace una promesa a las piedras y estas, a cambio, ofrecerán compañía a Ernesto. El padre se aferra al estilo distintivo y busca dar calma al hijo. La solución es previsible: se impone el rito católico (“Vamos a la catedral”) y, por ello, se califica el espacio, donde Ernesto hará un juramento, como oscuro y confuso.
C)El zumbayllu y el triunfo del régimen confusivo
En “Peluca”, vence el estilo confusivo, pero (a diferencia de la opa Marcelina) se trata de un caos que si bien no es sinónimo de una grave demencia, bordea la enfermedad mental, pues dicho personaje se halla sumido en un sentimiento de culpa que lo atormenta. En Lleras, prevalece el estilo separativo porque intenta organizar las relaciones intersubjetivas a partir del ejercicio de la violencia: trata a casi todos los internos como si fueran seres inferiores a él. Se trata del mecanismo de la exclusión asumido como práctica cotidiana.
Sin duda, el internado es una metáfora de la sociedad peruana porque se observa allí un abanico de posturas religiosas y culturales abiertamente opuestas. Los personajes poseen diversas procedencias. “Añuco” descendía de una familia de terratenientes; Palacios, en cambio, venía de un hogar humilde. Valle era el único interno que no hablaba quechua y evidenciaba una postura individualista porque solamente pensaba en sí mismo. Romero no podía encarnar cabalmente la posibilidad de enfrentar a Lleras, el más poderoso y tiránico en el espacio representado.
Hay un suceso que quisiera comentar y donde un trompo (el famoso zumbayllu) instaura una nueva manera de concebir las relaciones intersubjetivas. El narrador se esfuerza en precisar los sufijos quechuas con los que se asocia la terminación de la palabra “zumbayllu”. La historia es harto conocida: Antero (“Candela” o “Markask’a”) lleva un trompo y la atmósfera cambia, substancialmente, en el internado:
¡Zumbayllu! En el mes de mayo trajo Antero el primer zumbayllu al Colegio. Los alumnos pequeños lo rodearon.
--¡Vamos al patio, Antero!
-¡Al patio, hermanos! ¡Hermanitos! (Arguedas 1978:73)
En Antero predomina un estilo distintivo porque, al igual que Ernesto, busca articular lo andino a lo occidental. He señalado que cuando Ernesto le dirige un juramento a las piedras del palacio de Inca Roca, entonces se manifiesta, de modo inesperado, el estilo confusivo que cuestiona radicalmente el régimen distintivo en el cual se movía hasta ese momento. Pienso que cuando Antero arroja el trompo en el patio del internado se revela el triunfo del estilo confusivo en un nivel alto (creativo) porque socava las bases del orden establecido. Se acaba la violencia propugnada por Lleras. El individualismo propugnado por Valle queda fuera de órbita. Palacios deja la timidez y se comunica plenamente. “Añuco” se transforma y ya no es petulante. Las oposiciones culturales parecieran disolverse ante la contemplación de un objeto mágico: el zumbayllu. Ernesto pide a su amigo Antero que le venda el trompo, pero este decide regalárselo. Es más, el “Markask’a” decide obsequiar varios trompos y el canto de estos, lleno de luz, se propaga en el espacio para instaurar un universo de valores donde reina la solidaridad y, en tal sentido, se deja de lado la violencia deshumanizadora:
Se oía la voz de algunos zumbayllus. Desde los extremos del patio llegaba el zumbido leve y penetrante. Era como si hubiera venido desde algún bosque de arbustos floridos una tropa pequeña de insecto cantadores, que extraviados en el patio seco se levantaran y cayeran en el polvo. (Arguedas 1978:76)
D)Arguedas y la pluralidad de estilos
Es inexacto pensar que hay un solo estilo en una obra. Existe una pluralidad de estilos de pensamiento en un poemario o novela. He ahí la complejidad estructural de un texto literario. En Los ríos profundos, observo la lucha entre los regímenes separativo, distintivo y confusivo. Incluso, como lo señalé antes, en un solo personaje, puede existir esta pugna interminable. La pluralidad lingüística y cultural es uno de las más osadas propuestas de José María Arguedas, por eso, la obra de este célebre novelista tiene y tendrá una vigencia extraordinaria.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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