VIÑETAS DE SANDRO CHIRI


En un mundo signado por la razón instrumental, la poesía constituye un acto de rebelión contra la concepción que reduce la polisemia enriquecedora del lenguaje; por eso, el arte amplía el marco cognitivo en un contexto marcado por la tecnología, donde se piensa equivocadamente que el desarrollo tecnológico es sinónimo de desarrollo humano, cuando, en realidad, sabemos que el verdadero progreso radica fundamentalmente en la realización de las potencialidades del hombre y este proyecto no puede obviar la dimensión dialógica de las relaciones intersubjetivas en el mundo contemporáneo.

El caso de Sandro Chiri (Callao, 1958) es ciertamente prototípico. No es posible hablar de su poesía sin referirse, aunque sea escuetamente, a su labor de difusión cultural. Él dirige hace muchos años a La Casa de Cartón, una de las más importantes revistas que ha tenido el Perú. En ella se les ha tributado un merecido homenaje a célebres escritores como Martín Adán, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa o Wáshington Delgado. En un país como el nuestro donde se suele mirar de manera peyorativa el enorme esfuerzo que se realiza para estudiar la obra de nuestros escritores, es digna de mención la trayectoria de Chiri porque en ésta resulta medular la revaloración de los autores más representativos de la literatura peruana.

Con un sólido manejo de la tradición literaria, Chiri ya ha publicado dos poemarios: Y si después de tantas palabras (1992) y El libro del mal amor (1989). En la poesía de Chiri aparecen algunos rasgos de la denominada poesía conversacional, en cuyo código se observan las particularidades de la lírica de lengua inglesa: tono dialógico, espíritu desmitificador, polifonía discursiva, referentes culturales, intertextualidad, entre otras características. Sin duda, aquí asoma la imponente figura de Ezra Pound, principal representante del imaginismo; pero también cabe destacar a T. S. Eliot, su más preclaro discípulo, quien escribió Tierra baldía (1922), libro donde dialoga con Dante y Baudelaire para poner sobre el tapete una interpretación de la crisis del mundo contemporáneo.

En El libro del mal amor (1989), su primer poemario, Chiri intentó asimilar la cotidianidad e historicidad empleando deliberadamente un lenguaje coloquial, reacio a los ornamentos innecesarios. Poemas como “Mi nombre es Cusi Cahuide” son portadores de una propuesta de socialización discursiva. Se trata de que el “yo” sea visto con una construcción discursiva que posibilite la intertextualidad liberadora y la superación del código romántico, donde el “yo” es visto, en muchos casos, como una estructura monológica y cerrada.

En Y si después de tantas palabras (1992), su segundo libro, Chiri incorpora una reflexión completa acerca de la dialéctica escritura / silencio. La realidad supera el espacio de la página. Se agotan las palabras e impávidos permanecen la imagen de la muerte y el fluir del recuerdo, de ahí que el poeta se pregunte parafraseando a Vallejo: “¿Qué se llama cuando callamos?”

El poema que da título al libro termina con la exploración de la imposibilidad de precisar los límites de lo no dicho y los linderos de la mallarmeana página en blanco. La comunicación, pues, fenece frente a lo imprevisto porque vence la instrumentalización autoritaria del discurso; por lo tanto, la prohibición del acto de escribir manifiesta el funcionamiento de la razón instrumental. El poeta critica este planteamiento racionalista y empobrecedor, pero además, formula la idea de que escribir significa recuperar el recuerdo y a la vez que deja una imperecedera huella ante la proximidad de la muerte.

Viñetas (2004), el tercer libro de Chiri, obtuvo la única mención honrosa en la IX Bienal de Poesía Copé 1999, y significa un paso adelante en relación a Y si después de tantas palabras. Una viñeta es un dibujo que se pone al principio o al final de los libros y capítulos. También el término se asocia con las historietas y el humor. El poemario tiene un epígrafe del vate italiano Umberto Saba: “El poeta tiene sus días / contados / como todos los hombres”. ¿Cuál es el sentido de estos versos? El autor implícito subraya que el poeta no es un ser maldito (como creían algunos simbolistas franceses, herederos de algunos rezagos de la estética romántica), sino alguien que camina por las calles esperando la muerte.

Viñetas se haya estructurado en seis partes. En la primera (“Viñetas del hogar”), se desarrolla el tema del vínculo familiar entre padres e hijos. La literatura peruana tiene poemas muy logrados acerca de la familia. Cabe mencionar, por ejemplo, los de Vallejo, los de Valdelomar y, en particular uno de Pablo Guevara (“Mi padre, zapatero”) que constituyen antecedentes importantes de los textos de Chiri. En Viñetas, la figura de la madre y la del padre constituyen para el locutor personaje un vivo testimonio de que el lazo genealógico y la regeneración se imponen por encima de la muerte: “Pietro de un año habla por teléfono / y como nunca brillan los ojos de la especie”. Para el poeta, la belleza perdura venciendo los efectos del ritual de la cremación; por ello, resulta pertinente mencionar cómo el rostro de Pietro (el hijo) se vincula a la lluvia, es decir, al agua que, como sabemos, se asocia a la regeneración del universo en las cosmogónicas tradiciones: “Es su voz la que toca el cielo y la lluvia, / su ronca voz la que nos hace vivir”.

En la segunda parte (“Viñetas literarias”) vemos cómo el poeta le asigna una voz a cada escritor (Kafka, Arguedas, Yeats, Neruda, Garcilaso, por ejemplo) para incorporar una reflexión acerca de la muerte: Kafka le ordena a su amigo Max Brod quemar sus papeles; Garcilaso está muy anciano y repasa su vida ad portas de la muerte; Odiseo está perdido en la Avenida Abancay; Borges habla de una ciudad muerta; Neruda agoniza y Santiago se desangra. En cierto sentido, el autor implícito ha elegido algunos referentes culturales para cumplir un proceso de desacralización, pero, a la vez, desea materializar la incorporación del legado de esos escritores en el mundo contemporáneo. Vale decir, lo interesante es aquí desmitificar prototipos acuñados en la tradición para luego insertar al escritor, en toda su dimensión humana, en el ámbito de nuestro mundo cotidiano. Así, Odiseo ya no es el gran héroe de un poema épico griego, sino que aparece como “un muchacho pálido / que aspira vivir bajo un techo”. Este procedimiento es típico de los poetas estadounidenses del siglo XX, quienes pueden hablar de Walt Whitman como si éste fuera un viejo perdido y finito en un supermercado.

En la tercera sección (“Viñetas para Evelym”), tenemos un personaje femenino muy importante: Evelym, quien está predispuesta a una reflexión acerca de Dios en el templo. Ella representa la religiosidad y la castidad. Parece encontrarse un tanto, materializada en su conducto una fusión entre la esfera religiosa y la privada que es típica del pensamiento premoderno. Sabemos que los pensadores de la modernidad planteaban la separación de las esferas: la política debía separarse del ámbito religioso-eclesial; la separación de poderes era fundamental; la figura del emperador como mediador entre el orden terrenal y el celestial debía termina, entre otras particularidades. Estas viñetas, sin duda, contrastan de manera acertada con las literarias porque no desacralizan e incorporan un nivel diferente de cotidianidad que tiene inocultables connotaciones religiosas.

En la cuarta, quinta y sexta partes del libro (“Viñetas del dolor”, “Viñetas de la estirpe” y “Viñetas del loco amor”), observamos de qué manera el poeta se aleja de la poesía maldita y cultiva un código un tanto antirromántico: “Cada vez escribo menos y nada leo. // Un trozo de jamón es la muchacha/que yo apetezco a mediodía”. Además tenemos una conciencia de la historicidad de la estirpe: “Los españoles gobernaron 500 años Palermo / Su bandera también es roja y amarilla. / Allí la Inquisición bañó las plazas de sangre”. Aquí tenemos un rasgo de madurez en la escritura de Chiri: la manera notable como vincula diversos referentes históricos, situados en épocas distintas.

Viñetas es un poemario que merece una lectura atenta. Traza vínculos entre la historia personal y la colectiva sobre la base de un código que da cabida a una intertextualidad liberadora y a una nueva lectura de nuestra tradición cultural. Personajes, vivencias se convierten en narraciones, efluvios de emoción que revelan a un escritor lleno de autenticidad.




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