UNA NOVELA NOTABLE DE CARLOS GARAYAR

Es quizá algo difícil para mí hablar de Carlos Garayar (Lima, 1949) con gran objetividad. Fue mi profesor de literatura griega en la Universidad de San Marcos hace veinticinco años. Recuerdo mucho sus clases donde, con inusitada erudición, abordaba La Ilíada o una tragedia de Sófocles. Siempre fue, para nosotros, un modelo de maestro por la gran preparación de sus clases y por esa amplitud de criterio que poseía. Años después fue el asesor de mi tesis sobre la poesía de Emilio Adolfo Westphalen. Recuerdo que el rigor presidía sus observaciones. Hizo que me sumergiera en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional para buscar los artículos que se habían publicado sobre Las ínsulas extrañas en los años treinta. Creo que, con Carlos Garayar, aprendí a investigar.
Hoy acabo de concluir con la lectura de El cielo sobre nosotros (2007), su primera novela. Narra la historia de un amor entre una enfermera y Juan Siélac, un enfermo de tuberculosis.
Estoy gratamente sorprendido. Me cautiva de la novela el tono que ha logrado imprimir al relato, la atmósfera, la caracterización psicológica de los personajes y, sobre todo, el manejo diestro de la descripción. Garayar hace gala de esta última:

“Porque transcurrieron mayo, julio, agosto, el verano se volvía cada vez más fuerte y el calor en el pabellón sería insoportable, con ese techo de calamina que haría hervir el aire, y el tísico seguía ahí, sobreviviendo. A media mañana, la enfermera descorría la cortina para que entrara un poquito de viento, y al anochecer la volvía a correr, y entonces ella y el polaco, con la luz apagada, protegidos por ese pedazo de tela, se sentaban frente a la ventana. Los vecinos salían a la vereda para refrescarse del bochorno e inevitablemente miraban hacia allá y, si aguzaban la vista, a veces conseguían adivinar el lento vuelo de un abanico surcando la oscuridad de esa ventana que era un hueco negrísimo aun en las noches de luna; y más tarde, si alguno se quedaba hasta las once o las doce esperando que el calor bajara, veía la sombra blanquecina de la enfermera que se alejaba cabizbaja a través del pastizal, y ahí sí ellos, francamente, ya no sabían qué pensar.”

Es interesante el vuelo metafórico que se desliza en esta descripción. Hay que decirlo sin ambages: Garayar ha escrito una novela notable.
(Foto: cortesía de Perú21)

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