LA SEGUNDA CARACTERÍSTICA DE LA POESÍA MODERNA



El segundo rasgo de la poesía moderna[1] es que el poeta se convierte en un operador de lenguaje y, a través de ese procedimiento, manifiesta una actividad crítica. Como planteaban los simbolistas franceses, la poesía se hace con palabras y no con ideas; por lo tanto, el poema debería sostenerse con la orquestación de tipo formal y no por la referencia a ciertos datos de la biografía del autor.


Stéphane Mallarmé decía que “[l]a obra pura implica la desaparición elocutoria del poeta, que cede la iniciativa a las palabras movilizadas por el choque de la desigualdad; se encienden, con reflejos recíprocos como un virtual reguero de fuego sobre las pedrerías, reemplazando la respiración perceptible en el antiguo aliento lírico o la dirección personal entusiasta de la frase”[2]. Aquí se observa que el poeta como autor real desaparece y deja su lugar a las palabras (es decir, al lenguaje) que manifiestan una desigualdad, es decir, una heterogeneidad tan típica de la modernidad y así el poema reemplaza (o sea, deja de lado) el hálito lírico de la antigüedad y la expresión excesivamente directa de los sentimientos.


Además, en el hecho de que el poeta se convierta en un operador de lenguaje hay un indicio de una actitud crítica tan típica de la modernidad. Octavio Paz considera que la modernidad se caracteriza, en principio, por dos aspectos: la novedad y la heterogeneidad. Observemos de qué manera lo novedoso es un rasgo fundamental. Cuando aparece lo moderno "funda su propia tradición"[3]. Por ejemplo, la eclosión del surrealismo posibilitó el acto de fundar una tradición que tenía en Rimbaud, Apollinaire, Sade y la novela negra algunas de sus fuentes literarias. Asimismo, la propuesta surrealista significó el rechazo de la novela decimonónica (Stendhal, Dostoievski, entre otros).


Pero lo moderno también tiene otro rasgo: la heterogeneidad. Aquí notamos la influencia de Max Weber, quien había planteado la idea de la sociedad moderna como politeísta y escindida en los ámbitos de la moral, la ciencia y el arte. Ya no se puede recuperar la unidad perdida.
Paz afirma que lo moderno está condenado a la heterogeneidad. La modernidad es un sinónimo de pluralidad. Asimismo, traza una diferencia entre la tradición antigua y la moderna: "La primera postula la unidad entre el pasado y el hoy; la segunda, no contenta con subrayar la diferencia entre ambos, afirma que ese pasado no es uno sino plural"
[4].


Percibimos, en este caso, que la tradición antigua pone de relieve el lazo entre el pasado y el presente; por eso, no concibe un pasado que sea plural, rico en matices y abierto a muy diversas interpretaciones. En cambio, la tradición moderna concibe la heterogeneidad del pasado. Cada poeta crea su tradición. El propio Paz crea su tradición donde asoman la lírica surrealista, la simbolista, el pensamiento oriental, las cosmovisiones prehispánicas, el psicoanálisis como hilos conductores de su poética. Rica heterogeneidad que el poeta recrea con sapiencia y brillo.


En la modernidad, un nuevo suceso implica cambiar nuestra visión del pasado. La caída del Muro de Berlín o la destrucción de las Torres Gemelas exige leer el pasado desde una óptica disímil. No debemos tener un punto de vista estático acerca del tiempo histórico, sino que el pasado se construye desde el presente. En ese sentido, Jacques Lacan afirma que: "la historia no es el pasado. La historia es el pasado historizado en el presente, historizado en el presente porque ha sido vivido en el pasado"[5].


Veamos algunos ejemplos de heterogeneidad en el ámbito de la poesía contemporánea. Apollinaire, Vallejo y Cavafis pertenecen a tradiciones totalmente distintas. He ahí un testimonio irrefutable de cómo lo heterogéneo invade la lírica de hoy. El primero es cubista; el segundo cultiva un vanguardismo indigenista; el tercero vuelve los ojos a la tradición helénica.


Las vanguardias artísticas enfatizan mucho lo heterogéneo de la modernidad. El expresionismo alemán no tiene muchos puntos comunes con el surrealismo francés. Asimismo, el futurismo italiano es totalmente opuesto al creacionismo de Huidobro y de Reverdy. En efecto, Breton subraya la importancia de la escritura automática, mientras que Pound concibe que la poesía es un saber científico como la química o la biología. Más allá de lo controvertido de estas concepciones, hay algo irrefutable: la heterogeneidad inunda el arte de hoy.


Unas palabras más acerca de la novedad. Antes, en la época clásica, Virgilio imitaba a Homero y ello implicaba un proceso de perfeccionamiento. Se elogiaba al imitador. En otros términos, la originalidad, tal como hoy la entendemos, no constituía un valor esencial en el arte. Por el contrario, a partir del romanticismo aparece el moderno concepto de originalidad. Ahora se exige la novedad del proyecto poético: no basta reiterar propuestas anteriores, sino de innovar en el plano formal y experimentar nuevas vías para la creación artística.


La modernidad implicó el nacimiento de la conciencia crítica del sujeto. No hay dogmas eternos sino que la verdad es una construcción dialógica que se manifiesta en la dimensión intersubjetiva de los discursos. Hablamos para el otro: intentamos refutar a nuestro interlocutor y he ahí un germen de pasión. Paz afirma que el término pasión crítica es paradójico: "amor inmoderado, pasional, por la crítica y sus precisos mecanismos de desconstrucción, pero también crítica enamorada de su objeto, crítica apasionada por aquello mismo que niega"[6].


Es decir, amor por la crítica pero también por el objeto de estudio. Primero un distanciamiento y luego una identificación con aquello que se somete a un riguroso análisis. La negación es un criterio esencial. En la Edad Media había dogmas inamovibles que estaban más allá de toda controversia. La modernidad implicó el surgimiento de un espíritu crítico que fue cuestionando paulatinamente todos los principios. Se exigen pruebas, verificaciones, inducciones rigurosas. No se acepta un texto sin una argumentación sólida.


Sin embargo, no podemos comprender la modernidad como pasión sin los conceptos de tradición y de ruptura porque lo moderno implica el funcionamiento de esas categorías para el análisis de la dialéctica entre pasado y presente. Tradición, según Paz, es la transmisión de estilos, modos de comportamiento, costumbres, creencias, ideas, noticias, leyendas de una generación a la otra. En cambio, ruptura es la interrupción de la transmisión de ciertos elementos antes mencionados.

Por ejemplo, Trilce (1922) de Vallejo significó, en gran medida, la liquidación del modernismo de Darío en el Perú. Vallejo evita que el paradigma estético de Darío se siga transmitiendo como ideal estético en la década del veinte. Claro que no hay una ruptura total, sino que ésta siempre se sustenta en algunos aspectos de la tradición.


Sin embargo, Paz concibe que negar la tradición llega a constituir otra tradición. ¿Cómo se llamaría ese quiebre de la transmisión? La tradición de la ruptura. Por eso, la modernidad conforma la tradición de la ruptura. Poetas como Rimbaud o Mallarmé innovaron la poesía francesa. Aquél desacralizó prototipos estéticos parnasianos en "Venus Anadiomena" representando a la diosa griega de la belleza como una mujer vieja saliendo de una tina... Mallarmé, por su parte, cuestionó el paradigma positivista poniendo de relieve que el poeta formula hipótesis y que la realidad es, a su manera, una ficción. Ambos poetas han constituido una tradición de la ruptura.


En la modernidad, el poeta se torna, muchas veces, en un crítico. Baudelaire practicó la crítica literaria y manifestó una sugestiva percepción en sus artículos acerca de Delacroix o de Wagner. T.S. Eliot escribió luminosas páginas sobre los poetas metafísicos ingleses. Pound fue un agudo lector y dijo que la mala crítica es la que confunde al poeta con el poema. Valejo fue un crítico despiadado de las propuestas surrealistas. Paz dedicó un volumen de más de trescientas páginas al estudio de la obra de Sor Juana Inés de la Cruz. Los ejemplos podrían multiplicarse si quisiéramos enfatizar de qué manera el poeta se convierte, con frecuencia, en un crítico en el mundo moderno.


Paz, asimismo, subraya que "la época moderna es la de la aceleración del tiempo histórico"[7]. En la sociedad cristiana medieval el desarrollo del individuo se realizaba en un "tiempo perfecto": la eternidad. El Juicio Final es un momento que está más allá de la historia. Por el contrario, para el hombre moderno, el progreso se realiza en el tiempo histórico y, por lo tanto, todo proyecto social se orienta hacia el futuro, "región de lo inesperado"[8] y en ese sentido impredecible.


En la eternidad ya no hay contradicciones: todo se disuelve inexorablemente. En el tiempo histórico tenemos la posibilidad de enrumbar hacia nuevos caminos. La modernidad exalta el cambio y lo convierte en uno de los pilares fundamentales: ¿qué y cómo podemos transformar el mundo? Pregunta esencial para la caracterización del hombre moderno.


La modernidad implica una escisión porque comienza como una separación de la sociedad cristiana: "el tiempo humano cesa de girar en torno al sol inmóvil de la eternidad y postula una perfección no fuera, sino dentro de la historia"[9]. No a la vida contemplativa y sí a la acción que impulsa el desarrollo.


Vallejo dice: "¡hay ganas de quedarse plantado en este verso!"[10] y termina el poema de modo súbito. Éluard afirma: "Sus sueños a plena luz/(...) Me hacen reír, llorar y reír/ Hablar sin tener nada que decir"[11], y opta por sumergirse en el silencio. Mallarmé prefiere la página en blanco; habla de una "Musicienne du silence"[12] y no escribe más: otra vez, el silencio. Crisis de la comunicación que evidencia una conciencia crítica acerca de los límites de la poesía. Lenguaje que se autodestruye: palabra que suspende su espesor semántico, su fuerza sugestiva de manera inopinada.


¿Cuántas veces el hombre moderno ha sido un despiadado crítico de sí mismo? ¿De qué modo esa postura crítica lo ha llevado a la autodestrucción? Interrogantes que no son tan fáciles de responder, pero que merecen una reflexión desde el punto de vista de la crítica literaria.


Paz considera que hay un rasgo medular de la modernidad: la autocrítica. Por eso, el arte moderno es crítico de sí mismo: el lenguaje artístico se cuestiona a sí mismo. Muchos poemas modernos nos hablan de la imposibilidad de escribir porque el espíritu crítico hace que el poeta prefiera el silencio: "borro todo por fin/ no escribo nada" --dice Jorge Eduardo Eielson[13].


La page en blanc de Mallarmé implica que el poeta debe someter a crítica su principal instrumento: el lenguaje. Y, para Paz, el poema constituye un modelo de lo que pudiera ser la sociedad humana. Es decir, si el poeta ejerce una crítica permanente de su oficio, entonces la sociedad humana debiera tener conciencia de la necesidad de eliminar todo totalitarismo que mutila la libertad de crítica e intenta instrumentalizar la literatura, tal es el caso de la littérature engagée ("comprometida"), donde el poema se convierte en un instrumento de propaganda política y allí se mutila la autocrítica para favorecer la imposición de dogmas e ideas que prometen el paraíso sobre la tierra.


Paz es plenamente un poeta moderno. Es ensayista que ejerce la crítica y hace una poesía crítica. Ejemplo vivo de modernidad, su obra se inserta sólidamente en una tradición de escritores que, como Baudelaire o T.S. Eliot, hacen del poema un instrumento de crítica y una reflexión acerca de los imprecisos límites del lenguaje.


NOTAS
[1] Véase, en los archivos de enero de 2007, el artículo “Las siete características de la poesía moderna”. Estamos desarrollando, por separado, cada característica.
[2]Mallarmé, Stéphane. Igitur. Divagations. Un coup de dés... Paris, Ed. Gallimard, 1976, pp. 248-249. La traducción es de Ricardo Silva-Santisteban.
[3]Paz Octavio. Los hijos del limo. Vuelta. Bogotá, Ed. Oveja Negra, 1985, p. 10. Aunque debemos remarcar que Paz piensa que existen novedades que no son modernas.
[4]Ibídem.
[5]Lacan, Jacques. Seminario. Libro 1. Los escritos técnicos de Freud. Barcelona, Ed. Paidós, 1986, p. 27.
[6]Paz, Octavio. Op. cit., p. 12.
[7]Ibídem, p. 13.
[8]Ibídem, p. 17.
[9]Ibídem, p. 31.
[10] Vallejo, César. Poemas completos. Lima, Ediciones Copé, 1998, p. 146.
[11] Éluard, Paul. Poemas. Lima, Signo Lotófago, 2001, p. 21.
[12] Mallarmé, Stéphane. Poesías. Lima, PUC, 1998, p. 120.
[13] Eielson, Jorge Eduardo. Poesía escrita. México, Vuelta, 1989, p. 154.

Comentarios

Excelente artículo... ¿podría poner un link en mi comunidad literaria para que puedan acceder a él los participantes?

Un saludo,


Pável
Estimado Pavel:
Sí, por supuesto,
saludos cordiales,
Camilo Fernández
Anónimo dijo…
Nos será de gran ayuda para diferencias la poesía del siglo XX, excelente...
Alicia
Anónimo dijo…
El artículo es interesante, pero poco enriquecedor. Por lo demás, esa visión de la poesía moderna, (¿contemporánea?), resulta (y con razón) crepuscular. Concentrada en exceso en destruir el lenguaje, la poesía moderna, se dirige de manera obsesiva hacia el abismo del silencio. Una situación tal no puede mantenerse por mucho tiempo. Sin la fe en las palabras, la literatura es vana y muere. Amenaza que resalta Yves Bonnefoy (Les planches courbes), amenaza insostenible, insoportable.

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